El espacio que ocupan los vacíos

Written by mantrasurbanos

Por Bibian Tjelta-Pelaez*

“Escribir mis pensamientos, combinados con todos los sentimientos que cruzan mi mente me produce una enorme ansiedad. Esto genera un espacio que necesita llenarse con uno de mis apaciguadores más grandes: ¡la comida!  Con la comida he saciado mi ansiedad por los proyectos que aún no he concretado o por las disculpas que no llegaron. La he usado para sofocar los sentimientos que no he manifestado, por temor a verme débil o doblegada. Por eso he ocultado mi rabia haciendo que mis lágrimas se corten justo en el rabillo de mi ojo, escondiendo mi añoranza, produciendo el suspiro que se ahoga entre mi pecho y espalda cada vez que veo un bebé cargado por su padre y pienso en esos niños que no pudieron nacer de mí. Al contener la expresión de mi rabia he anulado también mis pasiones: pasión por la vida, por completar mis sueños, pasión por las cosas simples que me motiven a emprender esa caminata que me ayude a oxigenar mi mente, cuerpo y espíritu…”

Podría decirles que el texto anterior fue escrito por alguien que asiste a mis terapias de sanación, pero debo confesar que son una expresión de mi autodescubrimiento y forman parte de los diarios que empecé a escribir hace varios años.

Y sí, esa solía ser yo, sufriendo por las cosas que aún no podía tener, lamentando lo que había dejado de ser, añorando lo que sería de mí o lo que me sucedería en el futuro. Vivía atormentada mientras me sujetaba el vestido de víctima que tenía tan impregnado que se volvió parte de mi piel. Fueron muchas las veces que pensé que estaba a punto de enloquecer, tantas otras en las que creí haber heredado la esquizofrenia de una tía materna. Pensaba que cada situación había sido fabricada especialmente para mi desazón. El dolor físico que me habían dejado las experiencias vividas sin procesar se habían convertido en pesadas maletas que guardaban desperdicios que aletargaban mi andar. A esa carga le sumaba recuerdos que sin darme cuenta se habían convertido en complejos, pesadumbre, tristeza, agotamiento e ira.

Sin embargo, a pesar de todo eso, vivía aparentemente normal y muy cómoda en ese sinsabor que te deja la oscuridad de no poder ver ni aceptar tus propias emociones. Iba caminando a tientas con mi mente obnubilada y estrecha, hasta que sucedió lo inesperado: me encontré en una situación de cambio que hizo explotar mi cristal. Perdí mi norte, mi centro y vi esfumarse todos los sueños que había construido. Mi dolor rompió mi mundo, me sacó de mi zona de confort y me obligó a ver mis vacíos físicos, espirituales y morales.

Lo que causó esta erupción tan grande que me sacudió al punto de empezar a darme cuenta al fin de mis propios sentimientos y de mi fragilidad fue la visita de la muerte que me hizo comprobar que lo realmente cierto de la vida es lo incierto. En esa turbulencia de congoja, dudas y preguntas que genera la pérdida de un ser querido pude notar que no solo se había ido parte de mi alma, sino que su partida había abierto mis puertas a la vulnerabilidad. Eso me hizo pensar en lo cortita que es la vida y que nuestra principal misión debiera ser: ¡ser felices!

Más como podía pensar en ser feliz en medio del dolor. En ese momento detestaba oír: “Ya verás que vas a estar bien, recuerda todo pasa por algo”. Yo buscaba entender lo que había sucedido mientras intentaba desahogar mi llanto, ser contenida en un abrazo, permitirme el desahogo a grito herido.

En ese momento de angustia, cuando comencé a cuestionar lo que podría haber sido y especialmente lo que había dejado de hacer descubrí mi mayor autoengaño: durante años había creído que eran otros quienes tenían la llave de mi felicidad. También durante años culpé a la vida por las situaciones que no resultaron como yo esperaba y recordé la frase: “Para construir una casa hace falta trabajar desde los cimientos” y caí en la cuenta de que yo tenía mucho trabajo por hacer. Mi casa estaba llena de goteras, tenía cartones en las ventanas, un techo de pajilla que desaparecería con el menor soplido del viento. Al darme cuenta de esto mi corazón buscando paz desató el llanto develándome que era yo quien tenía la llave de mi prisión.

Aprendí que para ser libre debía ser honesta y honrar cada uno de mis sentimientos sin necesidad de filtrarlos a través de un juicio que los etiquetara. A partir de ese momento quise expresarme con libertad pero siempre con amor. También descubrí y aprendí el uso de diferentes técnicas y herramientas que sirven para vivir en felicidad mientras expresas tu tristeza sin permanecer triste, tu rabia sin herirte a ti mismo ni a los demás.

Esta actitud hacia la vida y estas herramientas me motivan hoy a mejorar continuamente como persona pero además me permiten ayudar a otros. Y estas experiencias son las que compartiré con ustedes desde esta columna de Mantras Urbanos.

* Bibian es terapeuta especializada en Respiración Conectada y Reconcilicación con Niño Interior. Es peruana residente en Estados Unidos. Actualmente tiene su consultorio en Keene, New Hampshire, USA. Puedes escribirle al correo bibian.tj@icloud.com / Blog en construcción.

 

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